Los valores que se ponen en juego con el deporte, aluden a principios fundamentales en la evolución del sujeto, educación y deporte van de la mano.
En este artículo no se pretende valorar el deporte profesional o de alta competición. Lo que se intenta es esbozar el valor educativo del deporte base, se parte de la convicción de que en la actividad deportiva los incipientes sujetos, niños y adolescentes, tienen un excelente instrumento lúdico para elaborar su personalidad y conseguir la dosis suficiente de auto confianza.
El deporte supone un ir más allá del juego, ya no se trata de jugar a ser mayores, se trata simbólicamente de la vida misma. Gracias a ello, proporciona un espacio singular donde los chavales pueden elaborar la transición a la vida adulta, consiguiendo una mejor apreciación del esfuerzo, la solidaridad y las reglas sociales.
Tras la actividad física hay una necesidad biológica de movimiento muy general, que es parte del desarrollo y del sistema de conservación del organismo. Es por ello que la falta de ejercicio físico puede producir trastornos orgánicos, como los cardiovasculares, o alteraciones de tipo psíquico, como la ansiedad. Mas cuando nos referimos a los niños y los adolescentes, la importancia del movimiento es todavía mayor, ya que, con él, se construye el esquema y la imagen corporal, elementos estructurantes de la personalidad que nos acompañan durante toda la vida. La inadecuada constitución de estos elementos puede dar lugar a diversos trastornos neuróticos, psicosomáticos o psicóticos.
Sin embargo, la necesidad intrínseca del movimiento no es tan intensa como para vencer con facilidad las formas sedentarias de vida que tenemos en la sociedad moderna, sobre todo en las grandes ciudades. Además el desarrollo de la sociedad tecnológica incita la inhibición corporal y el estancamiento en la comodidad. Cada vez más necesidades y aficiones se nos ofrecen seduciéndonos con la comodidad que supone sólo pulsar un dedo, hasta se nos ofrece el deporte virtual.
Por todo lo dicho anteriormente, el deporte base merece ser cuidado con la importancia que se merece. El niño al principio juega, después hace deporte, pero puede dejarlo muy pronto. El abandono del deporte es un hecho preocupante, cuya mayor incidencia se produce en la adolescencia, una época donde, para mayor preocupación, el chaval necesita sujetarse más para convertirse en un sujeto de pleno derecho. El deporte sujeta y canaliza las tensiones agresivas y sexuales que, durante la adolescencia, amenazan la estructuración psíquica y la imagen corporal.
Para fomentar la actividad deportiva es necesario trabajar con la motivación, de tal forma que el niño o el adolescente se sienta atraído por las características propias de la actividad física.
Trabajar la motivación es tarea de los profesores de educación física y de los entrenadores, sin embargo la información y formación en el terreno motivacional es, en la mayoría de las veces, escasa. Cuando esto ocurre, es fácil que el profesor o entrenador se deje llevar por sus propias motivaciones o frustraciones, sin tener mucho en cuenta a sus discípulos. Muchas veces, los entrenadores parecen generales que inculcan la victoria deportiva a cualquier precio e incluso se abusa de la agresión verbal si no se produce. Este tipo de conductas, lejos de motivar a los chavales, produce en ellos un rechazo visceral y un abandono precoz del deporte.
Para comprender la importancia del profesor o entrenador, hay que tener en cuenta que, en el deporte, si bien existe ya un distanciamiento de la directa figura de padre o madre de los primeros maestros, no por ello los entrenadores de la actividad física dejan de ser un subrogado parental, esencialmente paterno, una figura de autoridad que supone la referencia del modelo a seguir. Cada chaval verá esta figura de manera diferente, de acuerdo con su propia historia, esto debe ser valorado por el entrenador para poder aprovecharlo y jugar con ello en su relación con el chico.
Un correcto trabajo demanda la creación de un clima motivacional adecuado, donde se valore a los sujetos uno a uno. El acento debe estar puesto más en la autosuperación que en la competitividad. Si bien es cierto que nos toca vivir en una sociedad muy competitiva, también lo es que el exceso de ésta crea demasiada carga agresiva y puede originar estados de ansiedad incontrolados.
La autosuperación tiene que ver con el desarrollo de normas internas de valoración y, en este sentido, favorece la independencia y modera la tendencia a depender solo del resultado deportivo o de la opinión de otros.
La meta no debe ser solamente que la actividad deportiva promueva el desarrollo físico y la salud, se trata de explotar todo el valor educativo del deporte. En este sentido, la orientación hacia metas de autosuperación promueve la internalización de reglas (algo imprescindible en el mundo social adulto y en estrecha conexión con la ética) y la solidaridad y la cooperación con los otros.
Un trabajo en esta dirección contribuye a dar valor al propio esfuerzo, la perseveración y el desarrollo de las propias habilidades como los elementos que pueden facilitar una satisfacción de tipo personal. Ya no se trata de la suerte o el destino, el acento recae sobre el sujeto y su esfuerzo como motor del propio desarrollo, y al alejarnos de la meta única del éxito deportivo, damos lugar a la posibilidad de la frustración sin connotaciones traumáticas, factor importante ya que, a fin de cuentas, la vida está llena de frustraciones.